PELIS PARA RATO
Un trío de artistas, originarios de un colectivo musical sin nombre determinado, ha recibido una invitación única al prestigioso Instituto de Gastronomía Sónica, un espacio donde la canción y la cocina se han fusionado para satisfacer el exigente paladar de centenares de mecenas que patrocinan estos festines de extravagancia visual y auditiva. A lo extenso de su residencia de 4 semanas, la agrupación, a cargo de Elle di Elle (Fatma Mohamed), no solo realizará una secuencia de performances frente a el refinado público, sino además recibirá retroalimentación de parte de Jan Stevens (Gwendoline Christie), la directora del recinto, una dama con enormes influencias en el planeta del arte y con el suficiente poder para edificar – o eliminar – carreras completas.
Rápido, el encierro en la monumental mansión de estilo victoriano empieza a ocasionar conflictos entre los miembros del excéntrico colectivo. En una de sus entrevistas con Stones (Makis Papadimitriou), un autor que padece de inconvenientes gastrointestinales y que fue contratado para mirar y documentar el proceso creativo de la banda, la arrogante fundadora y jefe confiesa que sus compañeros le son importantes. Afuera, Lamina (Ariane Labed) y Billy (Asa Butterfield) escuchan las declaraciones en silencio, desatando una secuencia de resentimientos que ponen en peligro el triunfo de la codiciada estancia artística.
Asimismo, la constante intromisión de la rectora del instituto en cada detalle de la ejecución de sus composiciones se incrementa la fricción entre los artistas, quienes luchan desesperadamente por conservar el control absoluto de sus innovaciones. Batallas que los llevan hasta las vísceras de una industria en la que el dinero se sobrepone al arte, y donde el ego se convierte en una peligrosa arma. Un juego de poder que muestra con ironía las absurdidades de un mundo que pareciera haber perdido todo contacto con la verdad.
Narrada en griego con un estilo reminiscente al de Yorgos Lanthimos, Flux Gourmet es un insólito tríptico que revisa las entrañas de todo el mundo de la canción de manera original y grotesca. Su director, el del Reino Unido Peter Strickland, crea una especie de mockumentary que retrata los conflictos y los excesos de una banda vegetariana que crea estridentes melodías con base a utensilios de cocina. A partir del burbujeante ruido del agua hirviendo, hasta el estruendoso rugido de las aspas de una licuadora, los inusuales beats se transforman en una sátira sobre el verdadero sentido del arte y la perdida de independencia innovadora en una industria que se mueve conforme a intereses financieros.
Quienes hayan gozado de los trabajos pasados de Strickland, como In Fabric o The Duke of Burgundy, encontrarán en Flux Gourment un relato que conserva aquel estilo tan estrafalario que le ha distinguido de otros realizadores de todo el mundo. Sin embargo, además descubrirán que éste ha decidido alejarse de sus típicas historias oscuras y perturbadoras para ofrecernos algo más común comparativamente a sus estándares pasados. Una retorcida comedia que si bien festeja su absurdidad sin refreno, así sea por medio del extraño fetiche de Billy, los deslumbrantes vestidos de Jan, o la obsesión del médico Glock por tomar una copa de vino, inclusive una vez que hace una colonoscopia, se aparta del terror explorado en sus trabajos anteriores.
Fatma Mohamed, quien ha en compañía al director A partir de su ópera prima, Katalin Varga, en el 2009, encabeza el sobresaliente reparto que incluye tanto a actores consentidos, como Christie y Richard Bremmer, así como a nuevos ayudantes, quienes permanecen dispuestos a involucrarse de lleno en este bizarro cosmos donde la flaca línea entre el shock y la excentricidad va desdibujándose. A pesar de sus aciertos, el filme se torna bastante reiterativo, y los destellos cómicos que en un inicio ocasionan bastante más de una incómoda risa, terminan volviéndose cada vez más esporádicos acorde avanza el relato. Del mismo modo, la fusión gastronómica entre arte, entretenimiento y inconvenientes digestivos no es tan orgánica, resultando en un platillo final inconsistente y sin mucha sazón.
Se debe agradecer y reconocer el empeño de Strickland quien, al igual que la protagonista del filme, ha logrado seguir estando firme a su perspectiva artística y a sus ideas durante su trayectoria cinematográfica. Y aunque hay instantes de tremenda diversión en Flux Gourmet, más que nada al ver a partir de una visión bastante peculiar la implosión de una banda musical, sus distorsionados sonidos van perdiendo ritmo y coherencia, realizando de esta investigación del arte, sus excesos y su verdadera razón de existir, un bocadillo que llega a ser difícil de digerir.
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